Miles de alumnos de institutos españoles sufren adicción en mayor o menor grado a los videojuegos y la cifra se multiplica si hablamos de los adolescentes que superan las tres horas diarias de juego, el límite en el que los expertos sitúan la alerta. La sobreexposición a la realidad virtual perjudica la vida académica, familiar y social de esos jóvenes. Y la situación se acentúa con fenómenos como el del videojuego Fortnite. La cifra de afectados y el hecho de tratarse de un colectivo vulnerable obligan a encarar el problema y a exigir que ninguna de las partes se desentienda.
La potente industria del videojuego no ha de ser demonizada, pero tampoco puede hacer dejación de responsabilidades con la excusa de que el videojuego en sí mismo no es el problema y que todo radica en hacer un uso moderado. Ayudaría que el sector tuviese un código ético y limitase la agresividad de sus métodos -empresarialmente fascinante, pero socialmente malicioso- para atrapar a más jugadores. No sin razón, el sector alega que la tutela por parte de los padres es la garantía del buen y correcto uso.
El responsable del Departamento de Salud Mental y Abuso de Sustancias de la OMS, Vladimir Poznyak, ha asegurado que «los profesionales de la salud deben reconocer que los trastornos del juego pueden tener consecuencias graves para la salud», si bien ha aclarado que la mayoría de las personas que juegan a videojuegos no sufren ningún trastorno, del mismo modo que la mayoría de personas que beben alcohol tampoco son alcohólicos. No obstante, «hay circunstancias en que el uso excesivo puede generar efectos adversos», afirma este experto de la OMS.
La inclusión de esta nueva adicción en el manual de la OMS parece estar más relacionada con el aumento de los casos de esta adicción entre jóvenes y adolescentes que con la necesidad de una nueva clasificación. La adicción a los videojuegos es ya la segunda adicción más frecuente de las que se tratan, por detrás de la del cannabis.
Es fundamental que los padres acompañen a sus hijos en la integración del videojuego como instrumento de diversión no adictiva. Son los progenitores quienes deben saber las horas que los menores están ante la pantalla y cómo repercute en su conducta. Y también quienes, llegado el momento oportuno, han de establecer los límites a respetar.
Lo más importante es ver la adicción en un adolescente, y remediarla lo antes posible. De esta manera, evitaremos la obsesión y dependencia en esas etapas vulnerables en las que no se es muy consciente de lo que se hace.
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